viernes, 3 de agosto de 2007

De otros mundos

Hace un tiempo, empecé un curso virtual sobre web 2, del que me enteré gracias a un enlace que hizo Guillermo al blog de uno de los docentes.
Consistió en un viaje... A ver qué palabra no sugiere irreal: ¿"virtual"?, ¿"imaginario"?, ¿"metafórico"? Una serie de vagones que albergaban camarotes: nuestras casillas de mails, en las que recibíamos la información sobre tareas a realizar en cada estación, intercambios y discusiones (sesudas, comprometidísimas) que se producían en los foros sobre cada una de las herramientas que intentábamos aprender a manejar. Teníamos un salón comedor también: la plataforma del curso alojada en un sitio web ad hoc, desde donde accedíamos películas, material bibliográfico, canciones, etc. Ventanas al paisaje.
En realidad, desde la plataforma se tenía acceso a todo el tren. ¿O era el tren? No, no, el tren no estaba en la plataforma sino en nosotros, eso es la clave de la metáfora y de su poder didáctico, pero necesito seguir pensándolo.

¿Por qué me importa contarles esto ahora? Porque, ahora que el curso terminó, uno de mis compañeros, Daniel Krichman (a quien admiro celosamente), escribió en su súperblog una suerte de balance de la tarea con unas notas acerca de la enseñanza y del aprendizaje que merecen compartirse y volverse motivo de debate.
Lo leía y recordaba del relato de Débora en la capacitación, la escena en la que ella propiciaba la colaboración entre compañer@s (tiene allí Daniel para ello una metáfora termodinámica envidiable).
Lo leía y pensaba que podíamos poner cualquier instrumento en cuestión, la birome, la compu, el pizarrón, las películas, nuestro cuerpo, el cuerpo de los alumn@s, nuestra voz, la de ell@s, nuestro saber, los de ello@s, como lo propone él: ¿qué es esa cosa en cada momento: objeto de enseñanza, medio de aprender? Cuestionarlo no hipotéticamente, irrealmente, cuestionarlo en el momento en el que el alumno, la alumna lo cuestionan porque se sienten cuestionad@s a su vez, en su límite con "la cosa".
Lo leía y recordaba de la capacitación de la semana pasada, por la referencia a las plataformas de educación a distancia, que yo me preguntaba durante el curso en qué contribuyen a la educación presencial, por qué esa modalidad mixta que nos propone el campus virtual puede ser valiosa. Y leyendo a Daniel me sucede de volver a complicarme con la cuestión de la distancia, su necesidad, su deseo de prójimo: entre quien aprende y quien enseña, entre quienes aprenden, entre el mundo que hay que aprehender y las personas.

1 comentario:

Daniel Krichman Hernandez dijo...

Hola Verónica:
Muchas gracias por semejante presentación!
Decís varias cosas que son interesantes para pensar. Voy a tomar solamente una y, siguiendo tu ejemplo, convertir esta respuesta en un post:

[...]volver a complicarme con la cuestión de la distancia, su necesidad, su deseo de prójimo: entre quien aprende y quien enseña, entre quienes aprenden, entre el mundo que hay que aprehender y las personas[...]

Hay algo que la distancia, la virtualida en realidad, instrumentada en la educación, no ha podido reeemplazar todavía, y no sabemos si alguna vez podrá hacerlo. No tiene que ver con la
tecnología sino con el ritual humano de la puesta en escena. Todavía no conocemos qué podría ser tan potente como el despliegue de gestos y actitudes corporales de quien se para frente a un auditorio y despliega sus artilugios de seducción para tratar de transmitir alguna idea a quienes están ahí para escucharlo.

Cuando eso pasa se ordenan tácitamente alguna fuerzas poderosas. Nadie orienta ese proceso en particular. Hay una subjetividad social que pre-existe para que eso funcione así. Alguien va a hablar y alguien se ubica en el lugar del que va a escuchar.

Cuando se trata de adultos, en la propia decisión del que va a escuchar/aprender están las claves que explican ese movimiento. Cuando se trata de niños, que son mandados a la escuela, esas claves están incluidas en ese mandato: tenés que ir a la escuela para aprender.

En uno y otro caso esas premisas dicen más o menos lo mismo: hay una aceptación apriori de que el que está al frente del auditorio sabe algo que yo no sé. Eso es condición para que pueda estar ahí y condición del aprendizaje. Jacques Lacan lo decía con el sintagma: sujeto supuesto al saber.Traducido, significa que sólo podemos aprender de alguien a quien le suponemos eso: ser un sujeto que sabe algo.

Y me quiero detener en este punto a formular la siguiente pregunta ¿es posible desagregar de este proceso la dimensión física, la que aporta el andamiaje para desplegar la paleta de recursos que va a organizar los lugares en esta escena real? ¿Puedo quitar lo que conocemos como espacio áulico y que el proceso de constituir un sujeto supuesto al saber se verifique igual?

Yo creo que sí. De hecho es lo que pasó en el Tren de la Web 2.0. Hay algo que explica porqué sucedió de manera tan intensa: La construcción de la empatía, o de la transferencia (como dicen los psicoanalistas) se produjo de una manera distinta: con
mucha más carga (creencia, suposición, involucramiento) en cada sujeto aprendiente que la que se requiere en la dimensión real. ¿Por qué?. Porque la virtualidad permite que uno construya la imagen del otro tan grande como quiera.

Pensemos en el ejemplo que nos involucra.

No nos conocemos personalmente sino a través del relato fragmentario de lo que cada uno ha leído del otro en el recorrido en que hemos compartido la experiencia del Tren de la web 2. Sin embargo, eso no ha sido obstáculo para que nos prodigáramos elogios mutuamente. Tenés una imagen de lo que yo soy capaz de producir que seguramente responde más a la construcción tuya acerca de mí, que a lo que soy en realidad (puede parecer medio esquemático esto, pero hago uso de esta licencia
para seguir un hilo que me permita comprender este proceso complejo, que tiene muchas líneas de relatos y múltiples significaciones).

Esta construcción se apoya en algunas cosas que yo escribí y resonaron (hicieron matching) en espacios donde probablemente tenías preguntas o creencias poco establecidas. De ahí en más, se verificó el proceso: La construcción que hiciste de mí como sujeto supuesto al saber, te permitió escribir y pensar, en base a lo que yo dije, sumándole y reformulándolo en aspectos que yo nunca había pensado. ¿Dónde estuvo el aprendizaje? En que aquella creencia te puso en movimiento para producir otra cosa.

Todo esto fue posible porque hubo un sustrato de afecto y de libertad que generaron los maquinistas con la propuesta, donde lo no dicho era justamente un discurso contrapuesto al de la sociedad de consumo, que necesita éxitos, certezas, verdades indiscutibles... Aquí uno podía aparecer fallado, dudoso, despistado... humano, en definitiva. Vos pudiste contar el episodio de la clase donde los pibes te filmaron y subieron la peli a YouTube y a muchos nos puso a pensar en esa alternativa como un
recurso para darle una vuelta de tuerca más a la tarea en el aula. Todos aprendemos de todos en ese clima. Y después, nadie se quiere ir de ese espacio en donde nos
quieren tanto.

¿Y la distancia? ¿y la tecnología? ¿Y las herramientas?...¿Importan tanto como nos quieren hacer creer?

Verónica, gracias por ayudarme a pensar estas cosas. Te dejo un abrazo (digital, pero simbólicamente igual a los analógicos... jajaja), repleto de afecto como devolución por tantos
elogios.
danielk